Extracto del libro:

Cuidar. Una revolución en el cuidado de las personas

La Dra. Ana Urrutia, de la Fundación Cuidados Dignos, ha publicado recientemente el libro «Cuidar. Una revolución en el cuidado de las personas» (Ed. Ariel)

Este manual detalla casos de buena praxis metodológica con el que la autora quiere concienciar a toda la sociedad sobre la necesidad de situar el respeto a los derechos y la dignidad como pilar fundamental de los cuidados a las personas tanto dependientes como de otros niveles de atención.

Se entiende por dignidad que todos los agentes intervinientes en la cadena de cuidado (profesionales, familias, ….) tengan muy presentes sus individualidades, necesidades, fobias, gustos, deseos y su vida pasada, para así adecuar los cuidados a las características de cada persona cuidada.

Aquí tenemos un extracto del prólogo:

Me contaron recientemente una anécdota muy bonita que ilustra la forma de paliar el dolor insoportable de una paciente sin recurrir a química alguna, simplemente con perspicacia y humanidad. Es lo que animo a intentar en todos los casos. ¿Por qué no?

Una enfermera de la planta de psicogeriatría de un hospital de media estancia acudió una noche al médico de guardia para que suministrara calmantes a una paciente que decía sufrir un dolor de cabeza muy fuerte que le impedía conciliar el sueño. En lugar de eso, el médico acudió a ver a la paciente, se sentó en el borde de su cama y entabló con ella una conversación, primero sobre sus síntomas y luego sobre cosas triviales. En un momento dado, el médico le preguntó de dónde era, a lo que ella respondió: «Soy de Jerez, doctor». El médico, que ya lo sabía, se hizo el sorprendido y le dijo: «¡Vaya! Yo soy del Puerto de Santa María». Y se pusieron a hablar de lo que ella había hecho durante los últimos años, por qué estaba donde estaba y lo que había sido de su vida. Él le contó a su vez cómo siendo de Cádiz acabó allí y hablaron durante un rato de sus recuerdos comunes. Poco después, el doctor preguntó si conocía alguna canción de Camarón de la Isla y juntos cantaron la dulce Nana del caballo grande hasta que la paciente se calmó y se durmió plácidamente sin atisbo de dolor. La enfermera miró a su jefe de equipo y sonrió.

Generalmente, el cuidado de los pacientes con demencia, de los mayores, de los enfermos de salud mental, de las personas con discapacidad y de las dependientes y de todas aquellas que están sufriendo un proceso agudo o crónico que limita su vida, se resiente por unos prejuicios que casi nadie se plantea rechazar y que todo lo complican. Porque, en contra de lo que se piensa habitualmente, estos pacientes son en muchas ocasiones conscientes de lo que les pasa y las personas con discapacidad poseen capacidades que hay que saber potenciar; algunos enfermos se agitan y son inmovilizados cuando en realidad se agitan porque están siendo incomprendidos, y quienes los cuidan se enfrentan a problemas de estrés propio porque no saben interpretar al paciente y se sienten abrumados ante tanta responsabilidad. Es decir, que muchas veces la manera que tenemos de proteger crea precisamente desprotección, y la manera de calmar en realidad agita.

Las rutinas, lo establecido, el «aquí siempre hemos hecho las cosas así», son un buen ejemplo de la necesidad del cambio de mentalidad que planteo. Los procesos de la enfermedad pueden ser agudos y abruptos, o crónicos y lentos, pero las situaciones que generan suelen ser de un equilibrio altamente inestable que puede degenerar en un desequilibrio definitivo. Cualquier situación puede, de la noche a la mañana, convertirse en irremediable. Por eso es vital que nuestro modus operandi se adapte a cada momento y a cada persona. Con dedicación, valentía y sin prejuicios. Siempre centrándonos en la persona.

Para poder hacerlo es preciso, en primer lugar, saber por qué hacemos lo que hacemos. Procuramos calmantes a los enfermos o los sujetamos para protegerlos, evitando que se hagan daño, para tranquilizar a las familias siempre temerosas de desgracias y para protegernos de posibles denuncias. Damos prioridad a los procesos de gestión y le quitamos tiempo y valor a los de atención directa, al contacto humano y a la calidez en el cuidado.

Es necesario detener ese proceso, en ocasiones infernal, y centrar la atención en esas personas a las que cuidamos, poner siempre por delante su dignidad y sus derechos de manera que humanicemos el cuidado para así mejorar la salud. Hay que valorar a todos los seres humanos enfermos, a los dependientes, los vulnerables, los débiles, como auténticas personas y no como seres cosificados. Ello implica que se los considere susceptibles de ser punto de apoyo a proyectos, por cortos o complicados que éstos sean, como ocurre por ejemplo en la demencia. Procurarles un entorno sociocultural humano, cálido, abierto y receptor, favoreciendo el desarrollo de su derecho a una vida digna. Eso significa interesarnos por esas etapas de enfermedad en su vida, altamente significativas hasta en sus formas más duras.

Si volvemos al ejemplo de las sujeciones, tan referenciadas en este libro, es cierto que muchos familiares las reclaman para sus allegados en situación de precariedad. Pero ¿qué opinan cuando los ven amarrados contra su voluntad? ¿Debe primar la seguridad frente a la dignidad? ¿Y si el paciente no está de acuerdo con esas sujeciones y se rebela de manera violenta? Y otra vez volvemos a la asunción de riesgos, otra vez volvemos al desequilibrio entre seguridad y libertad, entre seguridad y derechos, entre seguridad y dignidad, donde claramente ha desequilibrado la balanza la locura de querer defender al cien por cien la seguridad, obviando la humanidad.

El libro detalla casos reales que pretenden servir de ejemplo y ayudar a los profesionales y a las familias a cuidar centrándose en la persona sin sujetar. Cada caso representa algo y hace referencia a un concepto del cuidado. 

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